miércoles, 1 de diciembre de 2010

L'AMISTAT i els seus ritus


L'amistat és tot i res, blanc i negre, trist i alegre, abans, ara i després. Cada un de nosaltres la vivim i la interpretem al nostre gust, però tots, crec i vull pensar, coincidim en una cosa: la amistat és necessària. És un llaç increïblement fort que ens lliga a certes persones del nostre voltant i que ens crea sensacions tan diferents i úniques, que poca gent podria descriure. La base d'aquesta, és la reciprocitat, donar i rebre, però incondicionalment. Dones sense esperar res a canvi, i un vertader amic, farà el mateix.
Per a alguns, que et preguntin com estàs, es preocupin per tu o et truquin per fer plans, ja és un signe d'amistat. Per a altres, l'amistat és una cosa més profunda. Necessiten que els hi demostrin dia a dia, recolzant-los i respectant els seus gustos, compartint aficions, prestant la seva ajuda en moments difícils i estant sempre al seu costat. Aspectes com aquests es podrien considerar rituals de l'amistat. Rituals quotidians, com escoltar a un amic quan t'explica els seus problemes, o ajudant-lo quan més ho necessita. No tenim uns rituals establerts que marquin l'inici d'una amistat, aquesta ve donada per un seguit de fets que progressivament fan que una persona es vagi fent lloc en la nostra vida. S'ha de senyalar, però, que en els temps que corren i en la nostra societat, el terme amistat presta confusió. M'explico: vivim en una societat desenvolupada, molt avançada en tecnologies i altres coses que tots coneixem. Amb la tecnologia han sorgit les xarxes socials, com el Facebook, el Tuenti, el Twiter... Algunes persones arriben a tenir més de 800 amics agregats en aquestes xarxes. Amics? N'estem segurs? Jo diria que no. L'amistat és una cosa massa forta i singular per a compartir-la amb 800 persones. En tot cas, tindrem 800 coneguts, però amics de veritat n'hi ha pocs. No és per altra raó que perquè no podem estar atents a tal quantitat de gent, ni tenim temps material per a conservar tants bons amics. L'amistat és com deia, un llaç molt fort, i potser sense adonar-nos,l'infravalorem.

Reseña "Ninguna Guerra se parece a otra", Jon Sistiaga

Ninguna guerra se parece a otra es un relato escrito por el periodista Jon Sistiaga, quien durante casi toda su vida profesional, ha trabajado como reportero de televisión para Telecinco. Con este libro, pretende dar una visión lo más fiel y realista posible del periodismo de guerra, pero no cuenta simplemente sus aventuras y anécdotas, sino que el autor argumenta cada una de sus reflexiones, enmarca cada suceso en su tiempo, lugar y guerra correspondiente y muestra al lector las tres caras de este oficio: la buena, la mala y la que el propio periodista esté dispuesto a ver y a contar al mundo.
El autor, al escribir este libro también quiere hacer un homenaje a su compañero y amigo José Couso, fallecido debido al impacto de un obús lanzado por un tanque estadounidense en su habitación, en el hotel donde se alojaba durante la guerra de Irak, la cual estaban cubriendo para Telecinco él y Sistiaga.
Jon, utiliza la primera persona, puesto que es él el periodista que a partir de su historia nos escribe estas lineas, convirtiéndose así en un narrador interno protagonista.
El libro comienza in media res, empieza directamente situándonos en la habitación 1403 del hotel Palestina, donde se produjo la muerte de Couso, y invadiendo al lector de ese sentimiento de soledad que él sentía en esos momentos. Es a partir de este suceso como el autor nos adentra en la misma guerra de Irak, incluso hace que el lector llegue a ponerse en la piel de un periodista que se encuentra ahí, en medio de un conflicto, decidiendo si quedarse o no, si salvar su vida o arriesgarse a morir.
Después de hablar sobre el fatídico fallecimiento de su compañero, retrocede en el tiempo para relatar el inicio de esa guerra, los días en que había que tomar decisiones, apostar por quedarse o por marcharse, los malos ratos que pasaron por ejemplo cuando detuvieron sus tres compañeros que habían decidido irse de ahí. Sistiaga habla de las presiones que un periodista de guerra recibe por parte de la familia, de los amigos, en muchos casos de sus jefes y incluso del gobierno de su país.
Con sus palabras, va recorriendo momentos duros, algún momento bueno, y trata de crear un relato sincero y emotivo a la vez.
También habla en el libro de cómo conseguir la información en un ambiente de guerra y de censuras, cómo esquivar algunos controles propiciándose la expulsión del país e incluso tentando a su propia muerte. Defiende un periodismo fiel con la gente que quiere estar informada, con una información verídica, sin caer en manipulaciones y presiones por parte de las autoridades. No despelleja ni se mete con nadie, pero sí que habla de lo que él cree que no debe hacerse, y muestra su opinión.
Habla de falsos reporteros que en realidad son espías, de reporteros que inventan noticias, de soldados sin compasión, de gente que actúa sin saber...pero siempre lo hace de forma muy correcta, y con un uso ejemplar de las palabras y de la lengua.
A lo largo de todo el libro, Jon habla de la supuesta dureza que se cree que tienen los periodistas de guerra, desmintiendo ésta leyenda, y afirmando que un periodista a quien no le afecte aquello que ve y sobre lo que habla, nunca podrá transmitir lo que de verdad se está viviendo en ese lugar.

Para cualquier periodista, la cobertura de una guerra es el máximo acontecimiento profesional al que se puede aspirar. Después, gustará o no. Enganchará o no. Pero una guerra es una experiencia que debería tener todo periodista vocacional.”

En su libro Jon Sistiaga, muestra la cara más dura y difícil del periodismo de guerra, pero no desiste en la idea de que ser periodista de guerra tiene algo que engancha, algo que hace que vuelvas a una guerra, ese periodismo puro y duro donde el reportero se convierte en periodista total, y así lo cuenta y lo transmite con sus espectaculares palabras.

Café, cartas y ajedrez en el bar de los filósofos

Murmullos, el sonido de las tazas de café chocando con el plato, pasos, risas, el sonido de la brisa peinando las hojas de los árboles, las puertas de los microondas abriéndose y cerrándose, el sonido de las fichas de ajedrez arrastrándose sigilosas por el tablero, las cartas golpeando las mesas, sonidos de besos, de abrazos, saludos y despedidas. Éso es lo que se oye, lo que se respira en el ambiente. Éso es el ambiente.
Son las 10:45h de la mañana de un jueves, y ésto es la cafetería de la facultad de filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Es un día considerablemente frío, hace aire y la brisa acaricia cada uno de los rostros que se encuentran ahí, que han decidido sentarse fuera. Hay muchas mesas de madera, colocadas con un cierto orden, aunque no demasiado. Encima de una de las mesas hay dos microondas y algunos alumnos se calientan el café u otras cosas que llevan.
A través del cristal que separa la carpa de la cafetería cubierta, se ven bastantes mesas más. Éstas sí están en un orden lógico, una delante de otra, una al lado de otra, como en cuadrícula. Los camareros y camareras se encuentran tras la barra, situada a la derecha de la sala, sirviendo a todos los que allí acuden en busca de algo de comer o beber. Encima de la barra hay bolsas de patatas, chocolatinas... y dentro hay bocadillos, trozos de pizza, ensaladas...
Justo al lado de la barra, en una especie de estanterías hay tres microondas más, en los que también se encuentran dos alumnas calentándose sus cafés.
Hay un ir y venir de gente constante, grupos de amigos bromeando, gente jugando a cartas, jugando a la ajedrez, y también hay quién aprovecha para estudiar, leer o simplemente descansar un rato.
Girando la vista en sentido contrario, aparece un paisaje totalmente distinto. Los gigantescos árboles se presentan amenazadores balanceando sus ramas de un lado a otro y agitando sus hojas con rabia. A ratos, parecen amables, tan sólo moviéndose ligeramente a ambos lados, como si entraran en calma. Bajando un poco la vista, el panorama se torna más alegre, césped a lado y lado de la carpa, con grupos de estudiantes compartiendo su tiempo libre y sonriendo a cada instante.
El ambiente es muy heterogéneo, hay mucha diversidad de gente. Diferentes formas de vestir, de estar, de sonreír e incluso de mirar. La gente parece simpática y despreocupada, seguramente porque es su tiempo libre. Sonríen todo el rato y hablan entre ellos. Algunos se conocen más, otros menos, pero todos están ahí, en ese momento, y han decidido por alguna razón hablar con el que tienen al lado o en frente.

Reseña "Los cínicos no sirven para este oficio", Riszard Kapuscinski


Los cínicos no sirven para este oficio, es un libro de Ryszard Kapuscinski, quién intenta transmitir a través de sus vivencias y experiencias como periodista, y sobretodo como persona, la esencia del buen periodismo, y motivar a los jóvenes futuros periodistas a hacer un buen trabajo, disfrutándolo y viviéndolo intensamente, como lo hizo él.
Ryszard, nació en Polonia en 1932, estudió Historia del Arte en la universidad de Varsovia, aunque finalmente ejerció de periodista. Fue corresponsal en el extranjero hasta 1981. Colaboró en varios periódicos y revistas, y también ejerció de escritor, historiador, ensayista y poeta. En 2003, ganó el Premio Príncipe de Asturias, y a lo largo de su vida también obtuvo diversos “honoris causa” de diferentes universidades.
Algunos de los libros que escribió son: Ébano, El Emperador, La guerra del fútbol, El Sha y Los cínicos no sirven para este oficio.

<< A veces parece que el relato tenga la voluntad de ser repetido, de encontrar un oído, un compañero. Como los camellos cruzan el desierto, así los relatos cruzan la soledad de la vida, ofreciendo hospitalidad al oyente, o buscándola. Lo contrario de un relato no es el silencio o la meditación, sino el olvido. Siempre, siempre, desde el principio, la vida ha jugado con el absurdo. Y dado que el absurdo es el dueño de la baraja y del casino, la vida no puede hacer otra cosa que perder. Y, sin embargo, el hombre lleva a cabo acciones, a menudo valientes. Entre las menos valientes, y no obstante, eficaces, está el acto de narrar. >>

Kapuscinski vive el relato, lo interioriza, él no escribe historias, vive historias y las cuenta. Sus palabras llegan a lo más íntimo del lector, haciendo que éste sienta suyas las vivencias que él relata, y que preste atención, ésa atención a la cual también menciona en su libro, dialogando con John Berger, y refiriéndose a ésa atención que necesita poner el lector si quiere entender lo que está leyendo. El autor cree que si se presta atención es posible que la experiencia le sea transmitida al narrador, al escritor y, luego, a través del lector, vuelva a la vida.
Debido a su gran conocimiento sobre la historia, y la trayectoria de su carrera como corresponsal en el extranjero, Ryszard relata de una manera excepcional las tragedias de África, sus problemas, su día a día, quiere abrir los ojos a aquellos que lean sus palabras y en general, enseñar sobre el buen periodismo. Dos de las frases más remarcables del libro, y que quizás resuman su significado son <<Es un error escribir sobre alguien con quien no se ha compartido al menos un tramo de la vida>>, y << Creo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer: buenos seres humanos.>> Kapuscinski ha ejercido siempre el periodismo desde dentro de la propia noticia. En su libro queda muy patente la necesidad de relacionarse con la gente y de vivir los sucesos que quiere contar posteriormente el periodista al mundo. Nos habla de la “empatía” como una cualidad necesaria en los periodistas. Hay que saber tratar a la gente, saber cómo dirigirnos a ellos, porque si no te ganas su confianza, no hablarán, no te contarán aquello que quieres saber. El buen periodismo es aquel en qué el periodista se sitúa dentro de la noticia, sin olvidar que aunque el único nombre que salga después, sea el de quién lo escribe, las fuentes son muy importantes, y forman una gran parte de la noticia. Sin fuentes, no hay noticia. No es buen periodista aquél que tan sólo busca una buena fotografía y una buena declaración, y que no se relaciona con las fuentes, no indaga en la noticia, no se informa y no la vive.
En Los cínicos no sirven para este oficio, Ryszard Kapuscinski, nos da una lección de buen periodismo, haciendo un uso magistral de las palabras, manipulando los relatos no para cambiar la verdad, sino para reforzarla y hacer que llegue al lector.
Mediante sus vivencias y experiencias nos motiva a nosotros, los “futuros periodistas” a comprometernos con este oficio y sobretodo con el mundo, con los lectores y oyentes que quieran escuchar aquello que quizás un día, queramos contarles.
Un aspecto interesante del libro, es que Kapuscinski muestra su pasión por el periodismo, pero no sólo habla de la parte buena, sino que muestra todas sus dificultades, todo el sacrificio que este oficio requiere, todos los malos tragos por los que posiblemente haya que pasar, pero lo hace de tal manera que a pesar de todo lo
malo, siempre predomina lo bueno, el encanto, esa esencia que al final, te convence de que el periodismo para quién lo vive y le gusta, no es un oficio, es una forma de vivir intensa y apasionante.